Coronar al hardware
como cosmos y todopoderoso,
un altar y un rezo.
Declararlo el más fuerte.
Invencible.
Verlo destruirse y llorar cuando sucede.
Extrañarse.
Después, un robo o un pedido.
Las imágenes del resto son mías ahora.
Ojos nuevos,
archivista colectivo.
Perderse en los píxeles y desconocerse al punto de ceder el control
sobre los propios recuerdos.

Finalmente

una reescritura,

nuevas ficciones.

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